Sin tiempo para descansar y después de haber completado en el día de ayer la San Silvestre celebrada en el pueblo madrileño de Pedrezuela, en la cual tuve que completar dieciocho kilómetros, la mayoría de ellos por montaña, hoy día treinta y uno de diciembre toca nuevamente competir, y de nuevo en otra San Silvestre, esta vez en la de Vicálvaro.
Al igual que en años anteriores, hasta Vicálvaro me desplazo en compañía de mi cuñado Alejandro, además de mis dos hijos, mi hermana y mi sobrino Javi. Aparcamos el coche en un descampado cerca del Polideportivo y vamos hasta él al encuentro de mi otro cuñado Pablo, que es quien ha gestionado todo el tema de los dorsales. Pablo, junto con mis otros sobrinos y mi cuñada Inma, tarda un poco en aparecer y ello hace que cuando vayamos a recoger los dorsales ya las colas para retirarlos sean considerables, por lo que tenemos que esperar pacientemente para poder hacerlo.
Una vez recogidos los dorsales, nos dirigimos Alejandro y yo de nuevo al coche para cambiarnos de ropa y vestirnos “de corto”, como quiera que todavía es bastante pronto, decidimos tomarnos un café calentito en un bar que hay justo en frente. Aunque son las primeras horas de la mañana, en el bar ya se puede respirar cierto aire de fin de año, con algunos de los clientes ataviados con prendas navideñas propias de estas fechas. Con el café calentito dentro de nuestros cuerpos ahora sí nos cambiamos y nos dirigimos nuevamente al Polideportivo, donde escasos minutos después y arropados por los ánimos de nuestras familias damos comienzo a la prueba.
No me he situado muy delante, sino en tercera o cuarta fila, por lo que la salida la hago bastante tranquilo por el Paseo del Polideportivo, voy buscando un sitio para correr cómodo, pero ya y desde el primer metro siento que las piernas hoy no me van a responder, el esfuerzo de ayer me va a pasar seguro factura y así las noto como auténticas piedras en estos primeros compases de la carrera. El giro de noventa grados para afrontar la calle Vereda del Pinar lo realizo por encima de la acera ya que literalmente no tengo espacio en la calzada por el gran numero de corredores que en este tramo vamos agolpados.
Nuevo giro a la derecha, ahora para abordar la calle Villablanca y continúo buscando mejores sensaciones e intentando progresar dentro del gran grupo. En los inicios del Paseo de los Artilleros ya la carrera se va abriendo progresivamente y encuentro mas huecos por donde correr, así voy adelantando a algunos corredores que me anteceden al paso por la calle Villardondiego y ya en los dominios de la Universidad Rey Juan Carlos (si, si, el de los elefantes).
Al llegar a la estación de Metro que lleva el mismo nombre de la localidad donde estamos corriendo, giramos a la izquierda animados por el numeroso público que en este punto se congrega y enfilamos la larga calle de San Cipriano, con un perfil mas llano y que incluso termina tornándose en bajada en sus postrimerías. Durante todo ese tramo intento buscar un ritmo que me permita guardar la posición que en este momento llevo y al mismo tiempo reservar fuerzas para la cuesta que me espera un poco mas adelante y sobre todo para poder completar con garantías la segunda de las vueltas al trazado de esta competición.
Me uno a un pequeño grupito con dos corredores con muy buena planta y vestidos ambos de color verde e intento mantenerme con ellos, aunque a duras penas lo consigo ya que definitivamente las piernas acusan el esfuerzo de ayer y el ácido láctico acumulado me recuerda a cada zancada que hoy no va a ser el mejor día para exigirme el mejor de mis esfuerzos.
Culminada ya la calle del santo, el recorrido gira a la derecha noventa grados para en una pronunciada bajada descender por la avenida del Gran Este, para unos metros después, y tras un brusco giro de ciento ochenta grados, volver sobre nuestros pasos pero ahora en dura subida que hace que las pulsaciones se disparen y el corazón parezca querer salirse del pecho. En este, corto pero duro, tramo de subida, se me escapan unos metros los corredores con los que voy compartiendo grupito, pero enseguida cuando el perfil vuelve a ponerse llano en la calle Villablanca, contacto nuevamente con ellos.
Ahora se nos presenta por delante una calle infinita y salpicada de rotondas, así como también de público, ya que es el tramo donde parecen agruparse mas espectadores. Marchamos un grupito de unos cuatro o cinco corredores y a ritmo constante vamos alcanzando a algunos de los corredores que en solitario desfilan por delante nuestro.
En esta calle recibo los ánimos de toda la familia que allí se encuentra apostada, y cruzo las manos con los mas pequeños que ilusionadamente me la ofrecen. Una vez completada la misma empiezo el que será el segundo giro al mismo recorrido, pero ahora ya buscando la línea de meta.
En el segundo paso por el tramo de Paseo de los Artilleros y calle Villardondiego, me encuentro un poco mas cómodo, (dentro de la rigidez con la que voy corriendo hoy), y ello me permite separarme un poco del grupo y tomar unos cuantos metros de ventaja, metros que mantengo durante toda la segunda pasada por la calle San Cipriano, e incluso en el tramo de la bajada por Gran Este, no así al encarar la subida, ya que aquí las pulsaciones de nuevo noto que se me disparan y algunos, no todos, de los que vienen por detrás consiguen alcanzarme.
Ahora noto ya descaradamente un bajón físico bastante importante, así que mi cuerpo es el que marca actualmente el ritmo, y éste está muy lejos de ser el que desea mi cabeza. Completo con bastante esfuerzo el tramo de subida y tras unos cuantos metros que me doy de tregua para recobrar el aliento, intento acelerar un poco la carrera para completar el último kilómetro lo mas dignamente posible.
Nuestro cuerpo a veces es una gran caja de sorpresas y en algunas ocasiones, cada vez menos, nos maravilla con alguna alegría. Digo esto porque cuando todo apuntaba a que iba a tener que arrastrarme por un último kilómetro agónico, de repente consigo hacer un cambio de ritmo que no esperaba, la respiración consigo llevarla un poco mas controlada y con zancadas mas ágiles todavía consigo volver a separarme del par de corredores que me alcanzaron, e incluso en los últimos metros rebasar a alguno mas.
Llego a meta bastante fundido, teniendo en cuenta que han sido únicamente algo mas de ocho kilómetros, pero contento de haberla completado un año mas. El tiempo ha sido el peor de todos los años en los que llevo participando, pero esto es ley de vida, también soy un año mas viejo.
Tras pasar el arco de meta recojo la bolsa del corredor y saludo al vencedor de la prueba, el gran Roberto Alvarez, un humilde y magnífico corredor y una de esas buenas personas que tanta falta hacen en esta sociedad. Saludo igualmente a algún par de conocidos mas y espero la llegada de mis dos cuñados. El primero en hacerlo, y bastante contento por cierto, es Alejandro,
quien me indica después de recoger su bolsa que nos faltan las camisetas, ya que por lo visto teníamos que haberlas recogido al mismo tiempo que el dorsal. Enseguida uno de los miembros de la organización, Ramón para mas señas, un tío muy majo e igualmente fantástico corredor también, se ofrece para resolvernos este problemilla, y así lo hace entregándonos, no sólo nuestras dos camisetas, sino también la de mi cuñado Pablo, así da gusto, con organizaciones como ésta no me extraña que la gente sea fiel año tras año y el número de participantes sea cada vez mayor.
Una vez todos juntos, cuando Pablo ha completado también su carrera, aprovecharíamos para pasar un buen rato agradable en familia antes de proceder a despedir el año.
2 comentarios:
Peor tiempo, pero no malo, la carrera tiene sus cuestas por las que pasas 2 veces, evidentemente, es normal notar las piernas tras una carrera como la de Pedrezuela el día de antes.
Me gusta esa carrera, este año no he podido ir por salir fuera de Madrid a pasar fin de año.
Salu2, y feliz año, jeje
Gracias Juanlu, ya ves que aunque tarde me voy poniendo al día, ja, ja... Todavía me quedan las crónicas de Getafe y Fuencarral.. a ver si encuentro algo de tiempo...
Salu2
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